jueves, 9 de junio de 2011

Leonard Cohen, Premio Príncipe de Asturias de las letras.


El poeta novelista y cantante canadiense Leonard Cohen ha recibido el premio Príncipe de Asturias.

Ha sido una sorpresa y de forma muy positiva, ya que es una placer escuchar sus canciones.

Dance me to the end of love es una de las maravillas que ha compuesto este artista:

jueves, 28 de abril de 2011

Discurso de Ana María Matute al recoger el Premio Cervantes

Majestades, autoridades:

Sospecho que no soy la primera en decir que nunca, durante la larga travesía de mi vida (salpicada, por cierto, de abundantes tempestades), imaginé que llegara a conocer un día como este. Y, junto a la inmensa alegría que me invade, debo confesarles que preferiría escribir tres novelas seguidas y 25 cuentos, sin respiro, a tener que pronunciar un discurso, por modesto que este sea. Y no es que menosprecie los discursos: solo los temo. Mi incapacidad para ellos quedará manifiesta enseguida y, por tanto, me permito apelar a su benevolencia. Pero antes deseo hacerles partícipes de mi agradecimiento: este premio lo considero como el reconocimiento, ya que no a un mérito, al menos a la voluntad y amor que me han llevado a entregar toda mi vida a esta dedicación.

Así que esta anciana que no sabe escribir discursos solo desea hacerles partícipes de su emoción, de su alegría y de su felicidad -¿por qué tenemos tanto miedo de esa palabra?- a todos cuantos han hecho posible este sueño, sueño que me acompaña desde la infancia. Desde aquel día en que oí por vez primera la mágica frase: "Érase una vez..." y conmovió toda mi pequeña vida.

Érase una vez un hombre bueno, solitario, triste y soñador: creía en el honor y la valentía, e inventaba la vida. San Juan dijo: "El que no ama está muerto", y yo me atrevo a decir: "El que no inventa, no vive". Y llega a mi memoria algo que me contó hace años Isabel Blancafort, hija del compositor catalán Jordi Blancafort. Una de ellas, cuando eran niñas, le confesó a su hermanita: "La música de papá no te la creas, se la inventa". Con alivio, he comprobado que toda la música del mundo, la audible y la interna -esa que llevamos dentro, como un secreto - nos la inventamos. Igual que aquel soñador convertía en gigantes las aspas de un molino, igual que convertía en la delicada Dulcinea a una cerril Aldonza. Inventó sensibilidad, inteligencia y acaso bondad -el don más raro de este mundo - en una criatura carente de todos esos atributos (¿Y quién no ha convertido alguna vez a un Aldonzo o Aldonza de mucho cuidado en Dulcineo o Dulcinea...?).

El tiempo en el que yo inventaba era un tiempo muy niño y muy frágil, en el que yo me sentía distinta: era tartamuda, más por miedo que por un defecto físico. La prueba de ello es que esa tartamudez desapareció durante los bombardeos. O así lo creo. Pero el caso es que, salvo excepciones, las niñas de aquel tiempo, mujeres recortadas, poco o nada tenían que ver conmigo. Y traigo esto a cuento para explicar -y quizá explicarme de algún modo- mi extrañeza, mi entrega total, absoluta, a esto que luego supe se llamaba Literatura. Y que ha sido, y es, el faro salvador de muchas de mis tormentas.

Sí, este galardón que tanta felicidad y optimismo me causa -y no olvidemos que el optimismo y los planes de futuro, a los ochenta y cinco años, son cuestiones a meditar o poner en tela de juicio- puede ser el colofón a la entrega de toda una vida que, en mis tiempos mozos, consideré en su mayor parte una "vida de papel". Y recuerdo. Recuerdo. Sólo tenía un amigo, mi muñeco Gorogó, que, naturalmente, más tarde incorporé a una de las novelas con las que me siento más identificada, Primera memoria. Aunque no haya escrito nunca una novela autobiográfica, estoy en sus páginas. Todo eran inventos, hasta que supe que en la Literatura -en grande-, como en la vida, se entra con dolor y lágrimas. [...]

La osadía que impulsa a los adolescentes y a los ignorantes y a los fabricantes de inventos y de sueños -¿acaso no son, a veces, una misma cosa?-, todo eso me empujó a llevar mi primera novela -escrita años antes, a los 17- a probar fortuna en una de las más prestigiosas editoriales. Pero mi mayor osadía era no sólo llevar una novela casi adolescente a una importante editorial, sino que, encima, la llevaba escrita a mano, en un cuaderno escolar, cuadriculado, con las tapas de hule negro (Si alguien de mi edad me está escuchando, sabrá de qué tipo de libreta hablo. Eran las libretas de la posguerra).

Yo iba a Destino cada día, con mi libretita bajo el brazo, 19 años y calcetines -que entonces estaban de moda a esa edad- y mi aspecto aún más aniñado del normal. Un empleado que se había fijado en mí (debía de resultar patética) se conmovió con mis pretensiones y mi libreta y me consiguió una entrevista con el director. Se trataba del novelista Ignacio Agustí, que acababa de tener un enorme éxito con su novela Mariona Rebull. Cuando vio mi cuadernito lleno de letras e "inventos", tuvo la delicadeza de no manifestar ni burla ni extrañeza. Debo agradecérselo, era un verdadero señor. Con infinita paciencia, me explicó que debía pasarlo a máquina y que ellos la leerían, y que ya me dirían algo. Aún hoy me sonrojo recordándolo. Era la criatura más ignorante y despistada de cuanto el mundo editorial se refería. Nadie de mi entorno, ni familiares, ni amistades, conocidos o saludados (como diría Josep Pla) había tenido nada que ver con el mundo editorial. Eran lectores, eso sí, pero de la confección de un libro lo ignoraban todo. Afortunadamente, la lectura y los libros no escasearon en mi familia. Cosa que he de agradecerles, porque no era muy frecuente en la España de entonces.

Pocos días después, tuve la enorme alegría -y, por qué no decirlo, el vago temor- de que la editorial Destino me contratase el libro. Eso sí, con la sorpresa de mi estupefacto padre, a quien yo no había anticipado nada de aquellos afanes, y que fue requerido para dar validez a mi contrato con su firma, pues yo era menor de edad. Animada por el éxito de aquellos primeros pasos, y enterada de la existencia del Premio Nadal -que había ganado otra mujer joven, Carmen Laforet, aunque ella era algo mayor que yo-, envié mi segunda novela, escrita a los 19, con la esperanza de obtenerlo yo también. No fue así, pero tengo aún la satisfacción y acaso orgullo de constatar que quedó en tercer lugar, cuando se llevó el premio el gran Miguel Delibes.

La novela citada, llamada Los Abel, y escrita, que no publicada, a los 17 años, suplantó en el contrato a Pequeño teatro (que, 11 años más tarde, obtuvo el Premio Planeta). Y ese fue mi verdadero bautizo de entrada en el mundo editorial. Empecé a conocer a escritores y todo tipo de gentes de "invenciones", puesto que me aparté totalmente del que había sido hasta aquel momento mi entorno natural. Conocí y viví un clima distinto, muy distinto del que había sido el mío habitual hasta aquel momento, y que, paradójicamente, resultaba mucho más afín a mi naturaleza. Y continué inventando invenciones, y viene a mi memoria un día en que inventé el "arzadú"... Brotaba esporádica, espontáneamente, cuando buscaba el nombre de una flor. Si existía, vivía sólo en la memoria de su delicadeza, su color, su perfume, aunque no constara en ningún libro ni catálogo de botánica.

Y, así, llegó un día en que estudiososy minuciosos profesores y escolares americanos se interesaron por el arzadú, y me brearon a preguntas: no lo encontraban por ninguna parte [...]. Desde aquí les pido perdón a aquellas gentes de buena voluntad. Tómenlo como lo que era: una invención más. La había introducido no sólo en algunos de mis cuentos, sino también en alguna novela; y, al fin, yo me lo creía, y me lo creo: el arzadú brota cada primavera, o cada otoño, en las vastas y ahora ya remotas colinas de los sueños. De los sueños que convierten Aldonzas en Dulcineas, y quién sabe cuántas flores más. Tantas como soñadores, o poetas existan. Y cuando por fin vi publicado por vez primera mi primer libro, Los Abel, dormí toda la noche con el ejemplar bajo la almohada. Y el gran honor con el que hoy se me ha distinguido reúne para mí tanto una trayectoria literaria como vital: no puedo separar la una de la otra. Desde que tengo uso de razón, he leído, he escrito, he escuchado... Desde aquel primer cuento inventado a los cinco años hasta este último libro,

que los recoge casi todos, compruebo con satisfacción que por fin el cuento ha ingresado entre los géneros respetados de nuestra literatura. Aun cuando contemos con entre sus cultivadores desde el inmenso Cervantes, que honra con su nombre este premio, hasta los más recientes de nuestros escritores, jóvenes y no tan jóvenes, hasta hace poco aún se lo ha considerado literatura "menor". Pero por fin en España se empieza a reconocer en el cuento, en el relato corto, el valor y la importancia que merece.

Sobre la famosa crueldad de los cuentos de hadas -que, por cierto, no fueron escritos para niños, sino que obedecen a una tradición oral, afortunadamente recogida por los hermanos Grimm, Perrault y Andersen, y en España, donde tanta falta hacía, por el gran Antonio Almodóvar, llamado "el tercer hermano Grimm" -, me estremece pensar y saber que se mutilan, bajo pretextos inanes de corrección política más o menos oportunos, y que unas manos depredadoras, imaginando tal vez que ser niño significa ser idiota, convierten verdaderas joyas literarias en relatos no sólo mortalmente aburridos, sino, además, necios. ¿Y aún nos preguntamos por qué los niños leen poco? Yo recuerdo aquellos días en Sitges, hace años, cuando algunas tardes de otoño venía a mi casa un tropel de niños y, junto al fuego -como está mandado-, oían embelesados repetir por enésima vez las palabras mágicas: "Érase una vez ...". Y habían dejado la televisión para escucharlas.

Yo no había cumplido los once años cuando estalló la guerra civil española. Unos niños acostumbrados a no salir de casa si no era acompañados por sus padres o la niñera nos vimos haciendo interminables colas para conseguir pan o patatas. No es raro, pues, que yo me permitiera, años más tarde, definir esa generación a la que pertenezco como la de "los niños asombrados". Porque nadie nos había consultado en qué lado debíamos situarnos. Nadie nos había informado de nada y nos encontramos formando parte de un lado o de otro, tal y como me confesó un día Jaime Salinas. Yo, ahora, sólo recuerdo que el mundo se había vuelto del revés, que por primera vez vi la muerte, cara a cara, en toda su devastadora magnitud; no condensada, como hasta aquel momento, en unas palabras -"el abuelito se ha ido y no volverá..."-, sino a través de la visión, en un descampado, de un hombre asesinado. Y conocimos el terror más indefenso: el de los bombardeos. Y aquellos cuentos, aquellas historias para niños", añadieron en su ruta interna de niña asombrada un aprendizaje. Atroz. Mucho más atroz que los cuentos de hadas.

En lugar de cuentos aislados, empecé a escribir entonces una revista, de la que era editora, escritora y repartidora, una revista "a mano" que se pasaban unos a otros mis hermanos y mis primos, algún amigo... Había de todo: desde cuentos, por supuesto (que siempre acababan con un "continuará" del que yo aún no tenía clara noticia), hasta crítica de cine, con sus correspondientes fotografías recortadas de alguna revista. Y recuerdo ahora como, en medio de todo aquel horror, qué encanto, qué maravilloso invento de la vida era para mí aquella llamada revistilla... Y todo lo que yo ignoraba, que sería lo que continuaría mañana...

Entonces escribí mi primera novela. Se llamaba Juanito, y ocurría durante la Revolución Francesa. Pero pueden imaginar qué extraña Revolución Francesa relataba... Claro está: me la inventé, pero algo tienen los inventos-sueños, porque, cuando durante la noche, toda la casa dormida, acudía al cuarto de mis dos hermanos, José Antonio y José Luis, y, ayudada por una linternilla de pilas, se la leía, protestaban cuando yo decía "continuará" (Y eso quería decir hasta la noche siguiente). Entonces parecía llenarse de magia la habitación a oscuras de los niños. Niños asombrados -como cuando, en cierta ocasión, vi surgir, al partir un terrón de azúcar en la oscuridad, una chispita azul-, algo que me reveló que yo sería escritora, o que ya lo era.

Con ello sólo quiero decir que aquella lucecita azul, aquel virus, no me abandonó nunca. Cuando Alicia, por fin, atravesó el cristal del espejo y se encontró no sólo con su mundo de maravillas, sino consigo misma, no tuvo necesidad de consultar ningún folleto explicativo. Se lo inventó, como la música de papá.

Ahora, tras estas deshilvanadas palabras, ojalá haya logrado trasmitirles algo de mi alegría, mi gratitud por la distinción que aquí me trae. Y me permito hacerles un ruego: si en algún momento tropiezan con una historia, o con alguna de las criaturas que transmiten mis libros, por favor créanselas. Créanselas porque me las he inventado.

Muchas gracias.


Fuente: El País.

miércoles, 27 de abril de 2011

Blogs para estudiantes de Lengua y Literatura castellana

Me quedo con la boca abierta cuando compruebo la infinidad de recursos que hay en Internet para profesores y estudiantes de Lengua y literatura castellana. Hay mucha gente que se implica completamente en lo que enseña/aprende y no duda en compartirlo con el resto de personas.

Os dejo algunos e iré engrosando la lista.

Portal de la Generalitat de Catalunya sobre Educación. Me parece imprescindible. http://www.edu365.cat/
Cuentos educativos. http://cuentosparadormir.com/
Curso de lengua, por temas y muy sencillo. http://www.mailxmail.com/curso-escribir-faltas/articulo
Buscador de actividades de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. http://cvc.cervantes.es/aula/didactired/didactiteca/
Un blog de 3º de la ESO que está muy bien. http://tercerodelaeso.wordpress.com/

viernes, 10 de diciembre de 2010

lunes, 29 de noviembre de 2010

Ana María Matute: «El tiempo lo cura todo y lo quema todo»

Ya sabéis todos que Ana María Matute ha ganado el Cervantes. Pero hoy he leído esta entrevista en el diario El Ideal (periódico andaluz) y me ha gustado mucho, así que aquí os la dejo:


Ana María Matute: «El tiempo lo cura todo y lo quema todo»

Entrevista de César Coca
El Ideal
28 de Noviembre

Ana María Matute (Barcelona, 1925) tiene en su salón una gran casa de muñecas habitada por gnomos. Lo dice aparentando seriedad, jugando a ser por unos minutos la niña de 12 años que reivindica tras su mirada triste aureolada por una cuidada cabellera blanca. La escritora habla de su vida con distancia, como si encerrara los peores episodios de la misma en alguna de las dependencias de esa casa de madera en la que ella, aficionada al bricolaje, ha trabajado con sus manos. Su existencia no ha sido tan fácil como parecía garantizado por su procedencia social; tampoco su carrera como escritora, pese a su temprano éxito y al Cervantes que le ha llegado casi por aclamación después de haber estado tantos años entre los favoritos. Y, sin embargo, habla de ello sin dolor ni rencor, sin pasar facturas ni recopilar agravios. Solo en un par de ocasiones pide que no se cite un nombre o desvía la conversación para no profundizar en asuntos en los que las heridas no han cicatrizado del todo. A punto de empezar otro libro, feliz por su último premio y con una recopilación de sus cuentos para adultos recién llegada a las librerías, Matute reitera su escasa confianza en el ser humano y se lamenta ante los estragos causados por el paso del tiempo. Atardece en Barcelona y el tono de sus palabras solo se altera cuando dice que hay algo que no perdonaría jamás:que hicieran daño a su hijo.

– Usted escribía cuentos a una edad a la que los niños de hoy ni siquiera saben leer.
– Sí, comencé a leer a los cinco años. No todos los niños sabían escribir a esa edad, tampoco entonces. En eso fui muy adelantada, así como en otras cosas fui y sigo siendo muy atrasada. Pero le aseguro que era una niña nada repipi. Era muy normal.
– ¿Es cierto que escribía como reacción a su tartamudez?
– Es posible que fuera así. Lo he pensado más de una vez, porque yo era una niña muy reservada. Mis compañeras del colegio se reían. Los niños son crueles. Pero con la guerra se me pasó la tartamudez. Un buen bombardeo lo quita todo.
– ¿Cómo vivió la guerra?
– Para mí fue un gran cambio. Yno todo fue negativo. Hubo cosas que yo me he atrevido a calificar de ‘bonitas’, porque la guerra supuso que niños como yo, que vivían en un ambiente muy burgués, sin relacionarnos con nadie que no fuera de nuestro círculo más próximo, como en una campana de cristal, saliéramos al exterior. Hasta entonces, mi único contacto con la realidad cruda y no bonita de la vida había sido en algunos veranos que pasé en el pueblo de La Rioja de donde procedía mi madre. Allí vi cómo vivían algunos campesinos y eso me dio una conciencia social muy primitiva. No comprendía el mundo adulto, me parecía tan injusto...
– ¿Fue cuando pensó que, de haber nacido pobre, sería de izquierdas?
– Sí, fue así. En los primeros días de la guerra, estábamos mi hermana y yo tumbadas a la hora de la siesta en nuestro cuarto, cuando ella dijo:‘¿Sabes?, si yo fuera pobre, sería roja’. ‘Yo también’, le contesté. Luego, el mundo da tantas vueltas... Ytodo termina por defraudar. Pero yo fui rebelde. Lo sigo siendo.
– Antes hablaba de los bombardeos. ¿Sueña aún con ellos?
– Viví muchos bombardeos y me daban un miedo tremendo, porque a eso no se puede escapar. Nunca he sentido un pánico igual. Tengo aún muy clara en mi cabeza una imagen de uno de ellos:estábamos toda la familia cogidos de la mano, junto a una pared maestra de la casa. Sonaban las bombas y mi padre nos gritaba que no nos soltáramos pasara lo que pasara. Eso hizo que toda la vida haya estado contra la guerra. No hay guerra santa. Ninguna lo es.

Joven rebelde

En su infancia, Ana María Matute estuvo un par de veces gravemente enferma. Luego, finalizada la adolescencia, su vida cambió y se integró en un grupo de escritores radicalmente alejados de las formas burguesas que correspondían a una señorita de la alta sociedad barcelonesa, para escándalo de muchas personas de su entorno.
– ¿La enfermedad cambió su modo de ver la vida?
– Siempre he estado delicada, toda mi vida. Pero es cierto que en mi infancia estuve una vez al borde de la muerte. Es lógico pensar que eso me hizo más fuerte, más consciente de lo importante que es la vida. Es muy duro ver cómo otros niños corren en sus juegos y a ti te dicen que no lo hagas. Pero pronto me sacudí todo aquello. Y aquí estoy, con 85 años.
– Nada más acabar la adolescencia, comenzó a relacionarse con escritores bastante mayores que usted. Algunos la llamaban ‘el pequeño cosaco’ porque bebía más que ellos.
– Hasta los 18 ó 20 años me aburrí muchísimo. Ya esa edad todo cambió. Empecé a relacionarme con escritores. Primero, mayores que yo, es cierto. Luego, también de mi edad. A Carlos Barral lo conocí en una de las fiestas que daba en un piso que estaba sobre la oficina de su editorial, donde organizaba coloquios literarios. Allí me hice amiga también de los Goytisolo. En cuanto a lo de que me llamaban ‘el pequeño cosaco’, es verdad. Bebía más que ellos, sí.
– ¿Esos escritores fueron una ayuda para su carrera literaria?Porque usted ya escribía novelas con 17 años.
– En una de las tertulias que organizaba una señora italiana que yo trataba entonces, conocí a Vicente Aleixandre. Él leyó el original de ‘Luciérnagas’ (inicialmente se publicó como ‘En esta tierra’) y me animó mucho a seguir escribiendo. Pero yo era muy independiente. Incluso lo era desde el punto de vista literario, y lo he seguido siendo toda mi vida.
– Tenía una vida muy poco corriente y entonces hace la cosa más convencional: casarse. Se une a un escritor de origen bilbaíno (Ramón Eugenio de Goicochea), se trasladan a vivir a Madrid y todo termina en desastre.
– Yo estaba muy enamorada, pero era un personaje... como Rasputín. Hasta se parecía físicamente. Él tenía asma y por eso nos fuimos a Madrid, pensando que el clima era más propicio. No me gustó nada Madrid. No la ciudad en sí, donde yo había vivido a temporadas, en épocas en las que mi padre viajaba mucho. Lo que no me gustó fue la vida que hice allí con él.
– ¿Yel café Gijón?Se convirtió en una asidua...
– Recuerdo amigos en el Gijón, aunque tampoco el ambiente me gustaba. Allí estaban Carmen Martín Gaite, Ignacio Aldecoa, Sánchez Ferlosio. Nos veíamos en sus casas y, sobre todo, en las tabernas. Se arregla mucho el mundo en las tabernas (risas). He sido amiga de todos, pero manteniendo mi independencia, sin considerarme parte de ningún grupo.
– ¿Qué diferencias había entre el grupo literario de Madrid y el de Barcelona, que usted conocía bien?
– Unía a ambos la opresión y el ambiente gris del franquismo. Lo que les separaba era, quizá, el origen social de algunos de sus miembros. En Barcelona, en general, eran gente procedente de la burguesía. En Madrid, algunos también lo eran, pero había de todo.

Años difíciles

En 1963, después de once años de matrimonio, Ana María Matute desafió todos los convencionalismos y pidió la separación. Empezó así una nueva vida, pero a un precio difícil de imaginar para una mujer de hoy, a causa de la legislación entonces en vigor:perdió la custodia de su hijo y no se le reconoció derecho alguno a visitas.
– ¿Fue la peor etapa de su vida?
– Fue muy dura, sí, incluso en lo económico. Tuve la suerte de que mi suegra era una mujer muy buena y, por su cuenta, me dejaba ir a ver al niño los sábados. Tenía solo ocho años, y que te lo quiten así... Luego, dos años después y gracias a mi abogado, recuperé la custodia y me lo llevé un tiempo a EEUU, donde me invitaron a una Universidad.
– Entonces conoció a Julio, que habría de ser su marido y con el que consiguió la felicidad. Y dejó de escribir. ¿Por qué?
– Padecí una depresión. Era feliz pero todo lo sufrido me pasó factura. Y aunque la superé, el resultado fue que estuve veinte años sin escribir. Pero eso no significa que no fabulara, que no creara historias. Por ejemplo, ‘Olvidado Rey Gudú’, que publiqué en 1996, es una historia de esos años. Mi cabeza no paró de dar vueltas en todo ese tiempo. Incluso tenía notas escritas que me llevaba a todas partes.
– ¿Alguien la convenció para volver a escribir y publicar?
– Veía que los demás escribían y me parecía bien. Me daba cosa pensar que yo lo había dejado, pero si volví a escribir fue gracias a Carmen Balcells. Fue ella quien me obligó literalmente a retomar un proyecto que tenía. Se lo agradeceré toda la vida. Ahora que lo pienso, quizá escribir haya sido siempre para mí como un autopsicoanálisis.
– ¿Se aburrió en esos años de parón literario?
– ¿Aburrirme? A partir de los 18 años, no me he aburrido nunca. Lo he pasado muy mal y muy bien, pero nunca me he aburrido. Siempre he amado la literatura, de manera que cuando no escribía leía mucho. Sigo haciéndolo.
– ¿Es posible el perdón absoluto a quienes nos han hecho daño, una amnistía que borre no solo la pena sino también el delito?
– Imagino que depende del daño sufrido. Yo nunca perdonaría el daño que le pudieran hacer a mi hijo. Nunca. Mire, cuando se dice eso de que un libro es como un hijo, no es cierto. Nunca puede ser ni parecido. Pero en lo que a mí respecta, no tengo nada que perdonar. Prefiero olvidar y quedarme solo con los momentos buenos. Para qué voy a amargarme. Me lo he pasado muy bien en algunas etapas de mi vida. Pues ya está. Si viene algo malo, lo aparto. No es tan difícil. Prefiero guardar conmigo la felicidad antes que el rencor.
– ¿El tiempo lo cura todo?
– Sí, el tiempo lo cura todo, pero también lo quema todo. Lo bueno y lo malo. Te arranca de la memoria cosas que quisieras tener ahí. El tiempo se lo lleva.
– El tiempo... Usted dice de sí misma que se quedó en los 12 años. ¿Todos somos niños, en el fondo?
– Todos no. Hay gente que mata al niño que lleva dentro. Otros no. La infancia marca para siempre. Al menos, en mi caso.
– ¿Se ha sentido cómoda en el mundillo literario?
– Según el grupo de que se trate. En algunos casos, me he sentido muy afín. En general, estoy más a gusto con escritores que con directores de banco. No estoy acostumbrada a tratar con gente a la que no le guste leer.

El Cervantes, al fin

– Y, por fin, después de tantos años de estar entre los favoritos, ha ganado el Cervantes. ¿Cambiará algo el premio? ¿Su actitud ante un nuevo libro será distinta, más exigente si cabe?
– La actitud ante la escritura, ante un libro nuevo, es la misma, con o sin premio. Para lo que cuentan los galardones es para la ilusión con la que se escribe, eso sí. Yme ha hecho mucha ilusión, porque es un reconocimiento a mi trabajo, a tantos años de trabajo.
– Nada más anunciarse el galardón, dijo que era feliz. Como ya ha recibido otros premios, sabrá cuánto dura esa felicidad.
– Todo el tiempo, es algo que no se olvida, porque lo que lo rodea sigue ahí, en tus recuerdos: la emoción, la gente, la recompensa que supone. Escribir es una tarea muy dura y sentir ese reconocimiento es muy bonito.
– ¿Hablará de esa tarea tan dura en su discurso del 23 de abril, en la recepción del premio?
– No lo sé aún. No me he parado a pensarlo, y por un tiempo no quiero ocuparme de ello. Me cuesta mucho hacer discursos.
La escritora se mueve con dificultad por su casa y no sale a la calle si no va acompañada. Pero ni eso la ha obligado a cambiar sus costumbres, tanto en lo que se refiere a la escritura como a las actividades más sociales. Solo se han espaciado sus visitas a la Real Academia, de la que es miembro. «Asisto pocas veces, porque tendría que ir en silla de ruedas y sería muy molesto para todos», se justifica.
– ¿Cómo es un día normal para Ana María Matute?
– Me levanto y tras asearme y desayunar lo primero que hago es el crucigrama de ‘La Vanguardia’. Luego, si estoy escribiendo un libro, me pongo enseguida a trabajar. Sin horario. A veces, apenas escribo y otras estoy hasta las tantas. No soy ordenada en eso.
– ¿Cree en la inspiración?
– Lo importante es ser escritor de verdad. Hay días que te cuesta más y te desesperas. Yluego, al día siguiente, te sale rápido aquello que tanto te costaba el anterior.
– ¿Qué lee ahora?
– Novela sobre todo. Procuro conocer a los jóvenes, aunque no los leo solo a ellos. Ahora estoy leyendo mucho a Luis Mateo Díez, Enrique Vila-Matas, Mankell, Connelly, Elizabeth George. Por supuesto, Faulkner, que a los de mi generación nos ha gustado mucho. Y los del ‘boom’, claro:Cortázar, Vargas Llosa, Gabo, Donoso, Fuentes...
– ¿Sale mucho?
– Necesito ir acompañada hasta para cruzar la calle para ir a la peluquería. Tengo artrosis, osteoporosis, me he caído muchas veces... Estoy fatal. Ahora, la cabeza la tengo como yo digo tan mal como siempre. Pero sí salgo. Todos los domingos voy a comer con mi hermana. Algún otro día de la semana quedo a comer con algún amigo, o a tomar una copita. Yme gusta mucho la música, casi toda, del jazz a Brahms, incluso el flamenco. El cine lo veo en casa, y disfruto mucho con las películas inglesas históricas y las que tratan sobre las guerras mundiales y el Holocausto. Siento una emoción especial con muchas de ellas.
–¿Por qué?
– Porque yo he vivido, a través de la lectura de los diarios, el suicidio de Hitler o cómo colgaron a Mussolini. Era lo que sucedía en mi juventud, y por eso me gustan. Por eso he leído también algunos libros, como ‘Si esto es un hombre’, de Primo Levi. Me gusta mucho la Historia, sobre todo la Edad Media, pero imagino que eso es fácil de deducir de mis libros.

domingo, 31 de octubre de 2010

Concepción Gimeno de Flaquer, una autora pendiente de rescate.


Si se observa la trayectoria profesional de Concepción Gimeno de Flaquer, su obra y la repercusión que tuvo entre sus contemporáneos, sólo cabe sorprenderse del escaso interés que la autora turolense ha suscitado entre los investigadores. Publicó novelas y ensayos en los que reivindicaba el papel de la mujer en la sociedad, fue una de las primeras mujeres en pronunciar conferencias en el Ateneo de Madrid y dirigió varias revistas con temática femenina. Vivió en diversos países y recibió numerosas distinciones por su labor intelectual y de defensa de la mujer.

Gimeno de Flaquer nació en Alcañiz (Teruel) el 11 de diciembre de 1850 y estudió en Zaragoza. En 1869 aparece su primer artículo en el periódico zaragozano El trovador del Ebro bajo el título de A los impugnadores del bello sexo. Ya trasladada a Madrid, se relacionó con los círculos literarios de la capital. A su primera novela, Victorina, (1873) le siguieron otras que le valieron el título de novelista. Se casó en 1879 en Madrid con el periodista Francisco de Paula Flaquer.

Flaquer fundó y dirigió en 1873 el periódico La ilustración de la mujer. Residió luego en Francia y Portugal, hasta que en 1883 pasó a México, donde poco más tarde dirigiría El álbum de la mujer. Su labor como propagandista de la instrucción pública fue reconocida con distinciones de los gobiernos mejicano y venezolano. Los premios y reconocimientos no tardaron en llegar: sus trabajos americanistas fueron galardonados por el Gobierno de México; el Gobierno de Venezuela le concedió la Medalla de Honor por representar a los propagadores de la instrucción pública; El Centro Catalán de La Habana organizó una velada en su honor en 1887; Sus contemporáneos no dudaron en dedicarle especiales menciones.

Concepción Gimeno regresó a España y comenzó a colaborar en La Revista de Aragón, y también muy pronto, en 1890, se haría cargo del Álbum Ibero-Americano, propiedad de su marido. Por otro lado, dos obras suyas alcanzaron una notable resonancia: La mujer juzgada por otra mujer y La mujer española.

Con esta trayectoria, insistimos, sorprende que los estudios acerca de la autora sean muy pocos.

lunes, 25 de octubre de 2010

Enlaces a editoriales

Pensé que hacer una recopilación de editoriales sería cosa fácil, ¡pero resulta que hay muchísimas! Sólo conocemos unas pocas (al menos yo) pero además de las conocidas, a las que es muy difícil llegar, hay otras más pequeñas y modestas pero igual de válidas :-)

Guía de editores de España:
www.guia-editores.org

Ediciona:
www.ediciona.com/editoriales-dir-c13.htm

Aquí se puede buscar por países:
www.booksfactory.com/publish.html

Editoriales españolas, organizadas por orden alfabético (tenéis que seleccionar la letra):
www.mcu.es/libro/CE/AgenciaISBN/BBDDEdit/BBDDEditoriales.html

miércoles, 13 de octubre de 2010

Va de bibliotecas

No están todas las que son, pero por algo hay que empezar. Estos enlaces nos llevan a las URL's o localización de las principales bibliotecas estatales e internacionales.

Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes:

Bilbioteca Lluis Vives:

Biblioteca Letras Galegas:

Bibliotecas valencianas:

Bibliotecas de Barcelona:

Bibliotecas de Madrid:

Biblioteca Nacional de España:

Biblioteca virtual de prensa histórica:

La selección de Escuela de escritores:
http://www.escueladeescritores.com/3-recursos-para-escritores

La selección de escritores.org, ¡muy completa!:
La propia Biblioteca Miguel de Cervantes hace una selección de bibliotecas del mundo: